sábado, 26 de febrero de 2011


INSTANTES   de Jorge Luís Borges


Si pudiera vivir nuevamente mi vida.
En la próxima trataría de cometer más errores.
No intentaría ser tan perfecto.
Me relajaría más.
Sería más tonto de lo que he sido.
De hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad.
Sería menos higiénico.
Correría más riesgos.
Haría más viajes.
Contemplaría más atardeceres.
Subiría más montañas.
Nadaría más ríos.
Iría a más lugares adonde nunca he ido.
Comería más helados y menos habas.
Tendría más problemas reales y menos imaginarios.
Yo fui una de esas personas que vivió
sensata y prolíficamente cada minuto de su vida.
Claro que tuve momentos de alegría.
Pero si pudiera volver atrás,
trataría de tener solamente buenos momentos.
Por si no lo saben, de eso está hecha la vida.
Sólo de momentos, no te pierdas el ahora.
Yo era uno de esos que nunca iba a ninguna parte
sin un termómetro, una bolsa de agua caliente,
un paraguas y un paracaídas.
Si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano.
Si pudiera volver a vivir comenzaría a andar descalzo
a principios de la primavera y seguiría así hasta concluir el otoño.
Daría más vueltas en calesita.
Contemplaría más amaneceres y jugaría con más niños.
Si tuviera otra vez la vida por delante.
Pero ya ven, tengo 85 años y sé que me estoy muriendo.

domingo, 13 de febrero de 2011

¡Los piratas!


La divisamos desde lejos, ansiosos por volverla a ver, y ahí esta, magnífica nuestra vieja casita, donde pasamos nuestra infancia.
Igual que siempre, nuestro pequeño rincón con vistas al pasado.
Al llegar, no nos veo con 20 años, nos veo correteando hasta la puerta como cuando apenas sabíamos andar, no veo tampoco la caseta vieja, rodeada de maleza, veo el imponente castillo que veíamos entonces.
Y al entrar por la puerta se disparan los recueros…
Tres niños cogidos de la mano, armados con palos, salían en busca de la aventura, y el mundo se difuminaba.
Los piratas nos atacaban, los muy maleantes, pero nosotros éramos más listos, lo teníamos todo preparado y nos defendíamos con piedras desde nuestra pequeña fortaleza fabricada con cañas. Claramente sus cañones no tenían nada que hacer contra nuestras piedras.
¡Y aquel montículo de allá! Nuestra isla desierta. Ahora apenas si cabemos los dos en ella, pero antes… Antes era una isla inmensa, donde no llegaban los barcos ni los aviones, y sobre todas las cosas, no llegaban los mayores.
Nosotros teníamos nuestra propia casa ultrasecreta, hecha con cajones, donde tramábamos nuestros planes ultra secretos, protegidos por la tela que nos servía de tejado y que era obviamente infranqueable. Allí, bien apiñados para que no se saliera ningún pie, nos pasábamos las horas contando nuestras proezas, y es que ya se sabe que no existe mayor logro que el de conseguir llegar a la cima de nuestra montaña en primer lugar.
Para comer, teníamos nuestras exquisitas tartas de barro al toque de piedra, y éramos también unos duros negociantes, que vendíamos pulseras a cien pesetas cada una y que al poco tiempo desaparecían misteriosamente de las muñecas de los compradores, que alegaban insistentemente que unas pulseras tan bonitas no podían llevarse todos los días, claro, porque podían estropearse.
Sentados ahora al pie de la montaña, que ya no está, fumando dos cigarros, nos volvemos a sentir tan pequeños…
Nos vemos vestidos con nuestros viejos chándales, armados con cuerdas que luego nunca usábamos pero que como exploradores, teníamos el deber moral de llevar encima por si alguien (generalmente yo) resbalaba por la empinada pendiente.
Y el rescate era épico, consistía en mi hermana dándome la mano, mientras mi primo se reía o en el caso contario la mano de mi primo y de fondo las risas de mi hermana, mientras la cuerda seguía atada en mi pantalón, totalmente eficaz.
Y sobre todas las cosas, éramos felices.
Pienso mientras acabamos los cigarros, si alguna vez seré tan feliz como entonces, esa felicidad que no se nota hasta que se va, me intriga saber en que momento las montañas fueron montañas, y los montículos simples marañas de tierra.
Las colillas caen al suelo, es hora de volver adentro, a casa.
Ya no somos exploradores ni piratas, ni pippy lansgstrump ni tintín ni el club de los cinco, no se que somos o que seremos, pero me queda el consuelo de saber lo que fuimos.
Y la enorme sonrisa que se dibuja en mi cara cuando veo a mis primas jugando con barro, o jugando “al viejo loco” mientras intentan rescatar al misterioso Jose Luis…
Volveremos el domingo que viene, no vaya a ser que algún pirata anacrónico ose invadir nuestra pequeña isla, aislada del tiempo.

jueves, 3 de febrero de 2011

¿Y cuál es el próximo?

Para las que aún tienen dudas, ahí va un pequeño resumen

Los trenes de pound
Cuando VM va a recoger su billete de tren a Hss, el taquillero se empeña en cambiarle el destino hacia Br con estancia en el famoso hotel Risman Pound. Ya en su casa, se estremece al encender la televisión: «Al menos treinta personas podrían haber perdido la vida en un trágico accidente ferroviario en las inmediaciones de Br.» Aquello no podía ser una coincidencia, y VM se ve inmerso en una larga serie de peripecias y aventuras en su búsqueda de la verdad.

Sobre su autor:

VICENTE MARCO (Valencia 1966) ha obtenido más de una treintena de galardones literarios, especialmente de relato corto, genero que cultiva desde niño. Entre otros, sus obras El hilo rojo, Los Edificios del General, El cerco o Un sobre para Rández, le valieron los premios Alberto Lista, Villa de Mazarrón, Julio Cortázar y Miguel de Unamuno. En todos cultiva un estilo propio donde se superponen lo real e imaginario. Hasta ahora había publicado la novela, Murmullos (1999), Premio Ayuntamiento Olula del Río y Comisión Cultura Alto Almanzora. LOS TRENES DE POUND lo consagran como uno de los novelistas incipientes más prometedores del país.

En próximas entregas:
  • "La piedra lunar" de Wilkie Collins
  • "Lolita" de Vladimir Navokov
  • "Tiempo de silencio" de Luís Martín-Santos
  • "Rojo y Negro" de Stendhal

De momento la cosa parece que promete....