miércoles, 25 de agosto de 2010


“Mi novela, como todo lo que escribo –decía la norteamericana Flannery O Connor – no obedece a un plan, y debo escribir para descubrir lo que estoy haciendo. Como la vieja dama del cuento, no sé bien lo que pienso hasta que no lo tengo escrito delante de mis ojos”.

Esto decía la Flannery de sí misma y su escritura y yo con ella tengo la sensación de cualquier melocotonero de mercadillo : “Que me lu quitan de lah manoh” y es que la leo, me deleito, me pierdo, me encuentro y cuando acabo, con uno de esos finales que ella te planta al asalto, pienso. invariablemente, que, muy a pesar mío, otra vez, se me ha ido de las manos y que eso que acabo de leer tiene mucho más de lo que yo llego a atisbar, a entrelinear.
No me importa mucho, salvo por la desazón que me produce mi evidenciada ignorancia, pero como decía no me importan mucho los melocotones que pierdo a cambio de los que llego a saborear a lo largo de todo el relato y es que tiene una prosa admirable, que describe la realidad de una manera vívida, que poco falta para sentir hasta los aromas de lo relatado y ello en toda su crudeza, sin sugerir un mínimo de sentimentalismo o piedad hacia los personajes o hacia los lectores a los que nos enfrenta a una “humanidad” brutal: El ser humano en su vertiente más desesperanzada, en un enfrentamiento continuo entre personas, contra sí y contra el resto, en el cual surge y vence lo más lamentable de lo humano, dejando un atormentado sinsabor ante tanta inclemencia.
Resultan la mayoría de relatos duros de leer, quizás por lo enojoso de enfrentarnos a la crueldad tosca y natural del ser humano en su lucha por sobrevivir, indiferente a la compasión y a la sensibleria cuando el medio resulta hostil, cuando toda la sapiencia no es suficiente para subsistir.
Dicen por ahí que Flannery O’Connor es católica. Me sorprendo que se pueda aseverar así tan categóricamente, pues yo no diría que es atea, pero de ahí a hablar de catolicismo, precisamente, con lo que esto implica de disciplina, de moverse dentro de los márgenes de la doctrina (de adoctrinamiento) cristiano, pues creo que no, a no ser que hablemos de “catolicismo sureño” que eleve a grotesco el catolicismo como tal. Más bien me quedo con lo que la propia autora dice: “Mis lectores son la gente que cree que Dios está muerto. Al menos ésa es la gente para la que soy consciente que escribo”. Más que escritora católica, me parece a mí esta mujer una especie de precursora de la teología de la liberación, porque siempre, y no veladamente, crítica las pautas dogmáticas, a las personas de la religión, curas y pastores, que no saben acercarse a su rebaño que pastorean desde sus teorías sin unirlas con la –cruda- realidad.


Bueno, esto más o menos, así corriendo, corriendo, lo que se me viene a la cabeza de la escritora que estamos leyendo, con la morriña de no poder asistir a las reuniones para poder confrontar, escuchar todas las opiniones que habrá despertado, porque seguro que sin palabras no deja la Flannery O'Connor, de quien no sé si leeré algo más, pero a quien me alegro de haber llegado

jueves, 12 de agosto de 2010

Acerca de Flannery O´connor


Debido a la pertinaz sequía me veo obligada a cortar y pegar, a ver si así desengrasamos el teclado y las neuronas escritoras.


ARTICULO DE "elmundolibros.com" PUBLICADO EN ABRIL DE 2.002



MALDITOS, HETERODOXOS Y ALUCINADOS
Flannery O'Connor, el tremendismo de la enfermedad (XLVIII)

JAVIER MEMBA

Las tres grandes autoras, que más o menos a la sombra de William Faulkner diera el pasado siglo el Sur estadounidense -Carson McCullers, Eudora Welty y Flannery O’Connor - fueron igual de fatalistas. Pero la experiencia de esta última fue la más desdichada de todas. Marcada indeleblemente por la enfermedad, la existencia de "miss" Flannery, tanto o más que el tremendismo inherente a lo que José María Valverde fue a llamar el "Dixie limited", es la explicación al tremendismo que gravita en todas sus páginas, protagonizadas siempre por sujetos a caballo entre la perversidad y la locura.

Hija única de una acomodada familia ascendencia irlandesa afincada en Georgia, Flannery O’Connor vino al mundo el 25 de marzo de 1925 en Savannah. Su acomodada cuna habría de ser una de las pocas gracias que le concediera la suerte. Siendo la futura escritora aún una niña, los O’Connor se trasladarían a Milledgeville, donde la madre poseía una casa y una granja. Allí transcurriría la mayor parte de la breve existencia de Flannery. Licenciada en Ciencias Sociales por el State College for Women de Georgia, obtendría una beca para proseguir estudios en la Universidad de Iowa, donde seguiría un curso de creación literaria.

Padecimientos físicos

Sus primeras publicaciones datan de 1947, pero el reconocimiento de crítica y público no le llegará hasta 1952, con la aparición de 'Sangre sabia'. Lo que acontece en su páginas es la historia de un predicador desquiciado "de la Iglesia sin Cristo" que perderá la vista y será asesinado en una suerte de fantochada.

Además del aplauso del la crítica especializada, 'Sangre sabia' también suscitará el escándalo. Huelga decir que la propuesta argumental de nuestra escritora provocará las protestas de los sectores más carcas de la siempre puritana sociedad estadounidense. Aún así el fanatismo religioso, será un tema recurrente en toda la bibliografía del autora.

Pero la experiencia personal de Flannery O’Connor no guarda correspondencia con el éxito de su carrera literaria. Un año antes de la publicación de 'Sangre sabia' una grave enfermedad se ha manifestado en la sangre de la escritora. Muy probablemente, el título de la novela venga a hacer alusión a los padecimientos de su autora. De lo que no hay duda es de que su dolencia, que le afectaba principalmente a los huesos de las piernas, le condenó a moverse con muletas hasta el final de sus días.

El Sur religioso

De regreso a la granja de Milledgeville en que creciera, O’Connor simultanea la redacción de relatos cortos -el genero por antonomasia de la narrativa estadounidense, del que ella llegaría a ser una consumada maestra- con la cría de pavos reales. La primera colección de piezas breves aparece en 1955 bajo el título de 'Es difícil encontrar a un hombre bueno'.

El asunto de las narraciones vuelve a ser el mismo y la crítica vuelve a descubrirse ante la joven autora. En esta ocasión, el primitivismo religioso del Sur bíblico y protestante -ella era católica, debemos recordar- se nos presenta bajo los esquemas familiares de las tragedias griegas. Redención y condena son conceptos que gravitan sobre personajes "locales" e "históricos" según la propia definición de la escritora.

Una nueva novela aparece en 1960 con el título de 'El cielo es de los violentos'. Su protagonista vuelve a ser otro falso Mesías que busca la gracia a fuerza de golpes, inmerso en toda una galería de personajes que van de la comicidad a la extravagancia. 'Todo lo que crece tiene que converger' (1965), la última colección de relatos de O’Connor, llegará a las librerías meses después de que su autora haya muerto del mismo mal que la dejó lisiada. El óbito se produjo el 3 de agosto de 1964. Sus piezas breves serán reunidas siete años después en 'Todos los relatos de F.O.'.

Esto se publica con la falsa esperanza de que, vosotras queridas compañeras, os sigais dejando caer por aquí, si es así os agradecería en el alma que dierais señales de vida.