sábado, 28 de febrero de 2009

Mujer leyendo




No estamos leyendo, no estamos escribiendo. Pero, ¿estamos?

sábado, 21 de febrero de 2009

Desde nuestro bastión


El miercoles pasado decidimos por unanimidad,( eramos cinco con lo cual no sé si habia quorum, mayoria simple, abosoluta o que es lo que habia) que ibamos a leer algo de Sandor Marai, escritor húngaro nacido en 1900 y muerto en 1989 en EEUU, pensando en que la mayoria conoce poco este autor, he pensando en colgar algo sobre él recobrando así la vieja costumbre de descubrir algo más de la obra y el autor. Como decia nació en un pueblo que entonces pertenecia al Imperio austro-húngaro, pero que ahora es Eslovaquia, tuvo una juventud conflictiva por lo que fué internado en un centro religioso, después viajó por Europa Cental y visitó Paris donde conoció y convivió con destacados representantes de las vaguardías estéticas de la época, empezó a escribir en alemán decantandose más adelante por su lengua materna, el húngaro.Durante la década de 1930 se labró un gran prestigio por la claridad y precisión de su prosa de estilo realista, prestigio que pocos años después era casi comparable al de Thomas Mann o Stefan Zweig. Sus obras se vendían por cientos y se traducían a todos los idiomas cultos.Su estrella empezó a apagarse con la ocupación soviética de Hungría y con el establecimiento del régimen comunista. Tildado de "burgués" por los comunistas, Márai abandonó definitivamente su país en 1948 y, tras una breve estancia en Italia, emigró a Estados Unidos. La subsiguiente prohibición de su obra en Hungría hizo caer en el olvido a quien en ese momento estaba considerado uno de los escritores más importantes de la literatura centroeuropea. Así, habría que esperar varios decenios, hasta el ocaso del comunismo, para que este escritor fuese redescubierto en su país y en el mundo entero. Márai se quitó la vida en 1989 en San Diego, California, pocos meses antes de la caída del Muro de Berlín.
Como no hemos pensando todavía en que leer, aquí tenemos su obra y si quereis que cada uno propònga el que más le interese. Obras traducidas al castellano :Música en Florencia, ed. Destino, 1951 ISBN 978-84-233-0421-9
A la luz de los candelabros (A gyertyák csonkig égnek), ed. Destino, 1967 ISBN 978-84-233-0408-0
El último encuentro (A gyertyák csonkig égnek ), ed. Salamandra, 1999 (Círculo de Lectores, 2001) ISBN 978-84-7888-601-2
La herencia de Eszter (Eszter hagyatéka), ed. Salamandra 2000 (Quinteto, 2003) ISBN 978-84-95971-70-8
Divorcio en Buda (Válás Budán), ed. Salamandra 2001 (Quinteto, 2004) ISBN 978-84-95971-79-1
La amante de Bolzano (Vendégjáték Bolzanóban), ed. Salamandra 2003 (Quinteto, 2005) ISBN 978-84-96333-32-1
Confesiones de un burgués (Egy polgár vallomásai) (memorias), ed. Salamandra, 2004 (Quinteto, 2006) ISBN 978-84-96333-78-9
La mujer justa (Az igazi) ed. Salamandra, 2005 (Círculo de Lectores, 2005) ISBN 978-84-9711-048-8
¡Tierra, tierra!(Föld, föld) (memorias), ed. Salamandra, 2006 ISBN 978-84-9838-000-2
La hermana (A nővér), ed. Salamandra, 2007 ISBN 978-84-9838-089-7
La extraña ed. Salamandra, 2008 ISBN 978-84-9838-147-4
Diarios: 1984-1989 (Napló 1984-1989) ed. Salamandra, 2008 ISBN 978-84-9838-193-1
La foto es el Bastión de los pescadores situado en Buda, es un lugar precioso desde donde se ve el Danubio y gran parte de Budapest, esto me ha llevado a una asociación de ideas, por lo de Bastion que tiene este nuestro blog.
¿Me ha quedado muy largo?

domingo, 15 de febrero de 2009

LA LLUVIA, J L Borges

Bruscamente la tarde se ha aclarado
porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa
que sin duda sucede en el pasado.

Quien la oye caer ha recobrado
el tiempo en que la suerte venturosa
le reveló una flor llamada rosa
y el curioso color del colorado.

Esta lluvia que ciega los cristales
alegrará en perdidos arrabales
las negras uvas de una parra en cierto

patio que ya no existe. La mojada
tarde me trae la voz, la voz deseada,
de mi padre que vuelve y que no ha muerto.


Breve esquela

Estoy sentada con la lluvia
y oigo tus campanas de la iglesia,
y pienso en tus ansias y en tus nervios,
y la novia mojada por lo ojos.

Para tronky

lunes, 9 de febrero de 2009

ALMA DESNUDA de Alfonsina Storni

Soy un alma desnuda en estos versos,
Alma desnuda que angustiada y sola
Va dejando sus pétalos dispersos.

Alma que puede ser una amapola,
Que puede ser un lirio, una violeta,
Un peñasco, una selva y una ola.
Alma que como el viento vaga inquieta
Y ruge cuando está sobre los mares,
Y duerme dulcemente en una grieta.
(...)

domingo, 8 de febrero de 2009

El abrigo


Acabo de leer en El Pais Semanal de este bendito domingo, un articulo de Juan José Millás, en él, el elemento central es la bombona de gas y yo no voy a insistir en el tema porque seguramente no me habría llamado la atención de no ser por la foto. Para mí el elemento más importante de la imagen, aunque el gorro no le va a la zaga, es el imponente abrigo de la señora ucraniana. Qué envidia de abrigo.
Entiendo que Gogol, paisano de la susodicha, le dedicara un cuento a tan preciada prenda, yo misma sería capaz de delinquir por no decir algo más gordo, en tal de defender o de conseguir el magnífico capote.
No sé el nivel económico de las personas que aparecen en la foto, pero intuyo que no será muy alto, sin embargo parece que invierten en sus abrigos cosa que entiendo a tenor del escenario en el que se desenvuelven.
La fotografia es de Valeriy Belokryl
P.D. no sé si voy a ser capaz de acabar "La educación sentimental". Por favor si alguien puede darme motivos para seguir leyendo estaria muy agradecida.

jueves, 5 de febrero de 2009

El entierro (The Burial) por Lord Byron




La fuerza del vampiro reside en el hecho de que nadie cree en su existencia.
BRAM STOKER

Tengo una especial aversión por los “vampiros”, y el poco conocimiento que de ellos poseo no me induce a divulgar sus secretos.
LORD BYRON


Theodoros P. Vryzakis, L'Arrivée de Lord Byron à Missolonghi


Lord Byron nos relata un extraño viaje hacia las ruinas de la antigua Éfeso.Tras algunos días de penosa marcha, uno de los peregrinos comienza a sentir los síntomas inminentes de la muerte; pero antes de hundirse en el olvido, alcanza a obligar a su apesadumbrado compañero a realizar una promesa muy peculiar. El Entierro es uno de los clásicos relatos góticos que han pasado a engrosar la lista de narraciones ignoradas por el público general, pero que sin duda los amantes del género gótico sabrán apreciar.


17 de junio de 1816.

En el año de 17..., después de haber meditado por algún tiempo sobre la posibilidad de viajar por países que hasta ahora los viajeros no frecuentan mucho, partí en compañía de un amigo, a quien me referiré como August Darvell.
Era unos años mayor que yo, un hombre de fortuna considerable y familia de prosapia. Ventajas que él ni devaluaba ni sobreestimaba gracias a su gran capacidad. Algunas circunstancias singulares en su historia personal lo habían convertido para mí en objeto de atención, interés y hasta de estimación, que no disminuían ni sus modales reservados ni las ocasionales muestras de angustia que a veces le acercaban a la enajenación mental.

Yo era todavía un joven y había empezado a vivir temprano; pero mi intimidad con él era reciente: asistimos a las mismas escuelas y universidad; mas su paso por ellas me había precedido, y él ya se había iniciado a fondo en lo que se ha llamado el mundo, mientras yo estaba todavía en el noviciado. Durante ese tiempo, escuché detalles en abundancia tanto de su vida pasada como de la presente y, aunque en estas narraciones había muchas e irreconciliables contradicciones, podía yo inferir que él no era un ser común, sino alguien que, aun cuando se esforzara por no ser conspicuo, seguía siendo notable.

Había trabado conocimiento con él e intenté conquistar posteriormente su amistad, pero parecía que ésta era inalcanzable; los afectos que pudiera haber sentido aparentaban para entonces o haberse extinto o concentrarse en él. Tuve suficientes oportunidades para observar que sus sentimientos eran intensos; pues aún cuando los podía controlar, le era imposible encubrirlos por completo; sin embargo, tenía la facultad de dar a una pasión la apariencia de otra, de modo que resultaba difícil definir la naturaleza de lo que sucedía en su interior; y las expresiones de su rostro podían variar con tal rapidez, aunque ligeramente, por lo que resultaba inútil tratar de escudriñar su origen.

Era manifiesto cómo lo dominaba una angustia incurable; pero nunca pude descubrir si era a causa de la ambición, el amor, el remordimiento o la pena, de uno solo o de todos estos, o sencillamente por un temperamento mórbido, semejante a una enfermedad. Existían circunstancias supuestas que habrían podido justificar su atribución a cualquiera de estas causas; pero como antes dije, éstas eran tan contrarias y contradictorias que ninguna podía considerarse definitiva.

Se supone generalmente que donde hay misterio existe también la perversidad: no sé cómo pueda ser esto, pero es un hecho que en él existía el primero aunque no podría atestiguar los alcances de la segunda —y estaba poco dispuesto, en lo que a él se refería, a creer en su existencia. Recibía mi proximidad con bastante reserva; mas yo era joven y difícil para el desaliento; y, con el tiempo, tuve éxito al entablar, hasta cierto punto, ese vínculo común y esa confianza moderada de los intereses mutuos y cotidianos que crean y cimentan la comunión de empeños, y la frecuencia de encuentros que se llama intimidad o amistad según las ideas de quienes utilizan esas palabras para su expresión.

Darvell había viajado ampliamente; me dirigí a él para que me aconsejara respecto al viaje que pretendía realizar. Era mi deseo secreto que se dejara persuadir para acompañarme; además, era una perspectiva improbable; basada en la vaga inquietud que había observado en él y a la cual daban renovada fuerza el entusiasmo que parecía sentir hacia tales temas y su aparente indiferencia por todo lo que lo rodeaba muy de cerca.

Al principio insinué mi deseo y después lo expresé abiertamente: su respuesta, aun cuando yo la esperaba en alguna medida, me dio todo el placer de una sorpresa: aceptó; y, al término de los preparativos necesarios, comenzamos nuestra travesía.

Después de viajar por varios países del sur de Europa, volvimos la atención hacia el Este, de acuerdo con nuestro destino original; y fue en nuestro recorrido a través de estas regiones que ocurrió el incidente que da ocasión a mi relato.

La complexión de Darvell, que, dada su apariencia, debía haber sido en su juventud más robusta de lo normal, estaba decayendo gradualmente desde algún tiempo atrás, sin que mediara ninguna enfermedad manifiesta: no tenía tos ni tisis; sin embargo, cada día se debilitaba más; sus hábitos eran moderados, no admitía ni se quejaba de fatiga; no obstante, era evidente que se estaba consumiendo: se volvía cada vez más y más silencioso e insomne y, por fin, se alteró de tan notable manera que mi preocupación aumentó de manera proporcional al peligro que yo consideré le amenazaba.

A nuestra llegada a Esmirna, nos habíamos propuesto ir a una excursión a las ruinas de Éfeso y Sardis, de la cual intenté disuadirlo debido a su indisposición —pero en vano: parecía existir una opresión en su mente, y una solemnidad en sus modales que no correspondían con su ansiedad para seguir con lo que yo consideraba un simple viaje de placer, totalmente inadecuado para una persona delicada; pero no me opuse más, y unos días después partimos en compañía únicamente de un guía y un cargador.

Habíamos recorrido la mitad del camino hacia los vestigios de Éfeso, dejando atrás los contornos mas fértiles de Esmirna y nos adentrábamos en esa región inhóspita y deshabitada a través de los pantanos y desfiladeros que llevan a las pocas chozas que aún subsisten sobre las destrozadas columnas de Diana —las paredes sin techo de la cristiandad expulsada y la aún más reciente pero total desolación de las mezquitas abandonadas— cuando la súbita y vertiginosa enfermedad de mi compañero nos obligó a detenernos en un cementerio turco, cuyas lápidas coronadas de turbantes eran el solo indicio de que la vida humana había morado alguna vez en ese yermo. La única caravana que vimos había quedado unas horas atrás; no se podía ver ni esperar vestigio alguno de pueblo o cabaña siquiera, y esta "ciudad de los muertos" parecía ser el único refugio para mi desafortunado amigo, quien se veía próximo a convertirse en su siguiente morador.

En esta situación, busqué por los alrededores un lugar en el que pudiera reposar con más comodidad: al contrario del aspecto usual de los cementerios mahometanos, los cipreses de éste eran escasos, esparcidos sobre toda la superficie; la mayoría de las tumbas estaban derruidas y desgastadas por los años: sobre una de las más grandes y bajo de uno de los árboles más frondosos, Darvell se apoyó, inclinándose con gran dificultad. Pidió agua. Yo dudaba que pudiéramos encontrarla, aunque me dispuse ir a buscarla a pesar de mi desaliento: pero él deseaba que yo permaneciera con él; y volviéndose hacia Suleiman, nuestro cargador, que fumaba con gran tranquilidad, le dijo:

—Suleimán, verbena su— ( o sea, trae un poco de agua) y continuó describiéndole con gran detalle el punto donde podría encontrarla. Era un pequeño pozo para camellos, algunos cientos de yardas a la derecha. El jenízaro obedeció.

Dije a Darvell:

—¿Cómo supo esto?

—Por nuestra posición— repuso —usted debe notar que el lugar estuvo habitado alguna vez y no podría haberlo estado sin manantiales. Además, ya he estado aquí antes.

—¡Usted ya ha estado aquí! ¿Como nunca me lo mencionó? Y ¿qué hacía usted en lugar semejante donde nadie puede permanecer un momento más sin pedir ayuda?

A esta pregunta no recibí respuesta alguna. Mientras tanto, Suleimán regresó con el agua y dejó al guía y a los caballos en la fuente. Parecía que al mitigar su sed Darvell revivió por un momento; y albergué la esperanza de que pudiese continuar, o por lo menos regresar, y lo exhorté a intentarlo.

Él guardó silencio. Parecía poner orden en sus pensamientos antes de esforzarse al hablar.

—Éste es el fin de mi jornada —comenzó— y de mi vida; vine hasta aquí para morir; pero tengo una súplica que hacer: una orden que dar, pues tales deben ser mis últimas palabras. ¿La cumplirá?

—Desde luego; pero tengo mejores intenciones.

—Yo no tengo esperanzas, ni deseos, sino éste: oculte mi muerte a todo ser humano.

—Espero que no se presente la ocasión; usted se recuperará y...

—¡Silencio!, así debe ser: prométalo.

—Sí.

—Júrelo por lo más— aquí pronunció un juramento de gran solemnidad.

—No hay razón para ello, yo cumpliré con su petición; y dudar de mi es...

—No puedo evitarlo, debe usted jurar.

Pronuncié el juramento y eso pareció aliviarlo. Se quitó del dedo un anillo de sello, que tenía grabados algunos caracteres arábigos, y me lo dio.

—En el noveno día del mes — continuó—, precisamente al mediodía (el mes que usted guste, pero el día debe ser ése) usted deberá arrojar este anillo a la fuentes de agua salada que alimentan la bahía de Eleusis. Al día siguiente, a la misma hora, deberá dirigirse a las ruinas del templo de Ceres y esperar una hora...

—¿Para qué?

—Ya lo verá

—¿Dice usted que el noveno día del mes?

—El noveno.

Cuando hice la observación de que el presente era el noveno día del mes, su semblante cambió e hizo pausa. Mientras estaba sentado, debilitándose visiblemente, una cigüeña con una serpiente en el pico se posó sobre una tumba cercana a nosotros; y, sin devorar su presa, daba la impresión de observarnos fijamente. No sé lo que me impulsó a espantarla, pero el intento fue inútil; hizo algunos círculos en el aire y regresó exactamente al mismo lugar. Darvell la señaló y sonrió. Habló —no sé si para sí mismo o para mí— pero las palabras sólo fueron:

—Está bien.

—¿Qué es lo que está bien? ¿Qué quiere decir?

—No importa; usted deberá enterrarme aquí esta noche, y en el punto exacto en que está parada esa ave. Ya conoce usted el resto de mis mandatos.

Entonces procedió a darme algunas instrucciones sobre cómo podría ocultar mejor su muerte. Cuando terminó, dijo:

—¿Ve usted esa ave?

—Desde luego.

—¿Y la serpiente que se retuerce en su pico?

—Sin duda: no hay nada raro en ello; es su presa natural. Pero resulta extraño que no la devore.

Se rió de una manera espectral y dijo lánguidamente:

—Todavía no es el momento.

Mientras hablaba, la cigüeña emprendió el vuelo. La seguí con los ojos un instante: no pude haber tardado más que en contar diez. Sentí aumentar el peso de Darvell, por poco que fuese, sobre mi hombro y, al volver a verlo a la cara, vi que había muerto.

Me impresionó la repentina certeza inconfundible: en pocos minutos su semblante se tornó casi negro. Hubiera podido atribuir ese cambio tan rápido a la acción de algún veneno, si no hubiera estado consciente de que no tuvo oportunidad alguna de tomarlo sin que yo me diera cuenta. El día se acercaba a su final, el cuerpo se descomponía con rapidez. No quedaba nada más que cumplir su petición. Con ayuda del yatagán de Suleimán y de mi propio sable, excavamos una tumba poco profunda en el sitio que Darvell había indicado: la tierra cedió con facilidad: tiempo atrás había recibido un ocupante mahometano.

Cavamos lo más profundo que el tiempo permitió y, arrojando la tierra seca sobre todo lo que quedaba del ser tan singular que acababa de partir, cortamos algunos bloques del césped más verde que crecía en la tierra menos desgastada que nos rodeaba y lo pusimos sobre su sepulcro.

Entre el asombro y la pena, no podía derramar una lágrima.

martes, 3 de febrero de 2009

Frases célebres de Gustave Flaubert


El futuro nos tortura, y el pasado nos encadena. He ahí por qué se nos escapa el presente.

Un corazón es una riqueza que no se vende ni se compra, pero que se regala.

El lenguaje humano es como una olla vieja sobre la cual marcamos toscos ritmos para que bailen los osos, mientras al mismo tiempo anhelamos producir una música que derrita las estrellas.

Creo que si miramos siempre al cielo acabaremos por tener alas.

Cuando llegamos a viejos los pequeños hábitos se vuelven grandes tiranías.

Ama el arte. De todas las mentiras es, cuando menos, la menos falaz.

El autor debe estar en su obra como Dios en el universo: presente en todas partes, pero en ninguna visible.

El estilo es la vida y la sangre del pensamiento.

El estilo, como el agua, es mejor cuanto menos sabe.

Los recuerdos no pueblan nuestra soledad, como suele decirse, antes al contrario, la hacen más profunda.

No le demos al mundo armas contra nosotros, porque las utilizará.

A un alma se le mide por la amplitud de sus deseos, del mismo modo que se juzga de antemano una catedral por la altura de sus torres.

Tened cuidado con la tristeza. Es un vicio.

La humanidad es como es: no se trata de cambiarla, sino de conocerla.

La manera más profunda de sentir una cosa es sufrir por ella.

Ten cuidado con tus sueños: son la sirena de las almas. Ella canta. Nos llama. La seguimos y jamás retornamos.

Ser estúpido, egoísta y estar bien de salud, he aquí las tres condiciones que se requieren para ser feliz. Pero si os falta la primera, estáis perdidos.

Es necesario siempre esperar cuando se esta desesperado, y dudar cuando se espera.

La mujer es un vulgar animal del que el hombre se ha formado un ideal demasiado bello.

La necesidad es un obstáculo indestructible; todo lo que sobre ella se lanza se estrella.

¡Hay tantas maneras de leer, y hace falta tanto talento para leer bien!.

La felicidad es una cosa monstruosa. Quienes la buscan encuentran su castigo.

A fin de cuentas el trabajo
es todavía el mejor medio de pasar nuestra vida.

Describir es una venganza.

La fraternidad es una de las más bellas invenciones de la hipocresía social.

La imbecilidad es una roca inexpugnable: todo el que choca contra ella se despedaza.

La melancolía no es más que un recuerdo que se ignora.

La vida
debe ser una continua educación
.

Un hombre que juzga a otro hombre es un espectáculo que me haría estallar de risa, si no me diese piedad.

No labra uno su destino
, lo aguanta.

Un amigo que muere, es algo de usted que muere.

La moda del XIX y el frufrú de las faldas




lunes, 2 de febrero de 2009

domingo, 1 de febrero de 2009

Capitulo II

¿Cómo llegó Gógol a su filosofía moralista? Con la fuerza de su intuición artística hizo saltar las fortalezas de la barbarie convertida en costumbre, de las monstruosidades cotidianas, de los crímenes usuales y de la vileza eterna, de la vileza sin fin. Todo cuanto se había formado a través de los siglos, todo cuanto la costumbre había respaldado, lo que se hallaba cubierto por el polvo de centurias y coronado con la sanción mística fue removido por Gógol, sacudido, desnudado, convertido en tema para el pensamiento y en problema para la conciencia. Y todo esto lo hizo sin que interviniera para nada la reflexión razonante y sistematizadora; su talento creador captó con las manos desnudas la realidad[13].

Cuando esta actividad “clandestina” de la conciencia fue cumplida y objetivada como verdad en una serie de figuras inmortales, esas figuras aparecieron ante el pensamiento del artista como interrogaciones objetivas de la esfinge de la vida.

¿Qué era en realidad el pensamiento de Gógol? Debemos recordar una y otra vez que Gógol vivió en una sociedad donde no existía atmósfera “intelectual” estable, cuando los problemas de la concepción laica del mundo eran aún inaccesibles a la literatura y apenas si se discutían en los círculos intelectuales. En los años veinte, siendo todavía Gógol niño, y cuando vivía en provincia, en los círculos más selectos de la “sociedad” de la capital se empezaba a forjar una concepción del mundo que podría llamarse “ideología social avanzada” en nuestro actual lenguaje publicístico. Pero a mediados del decenio, esa elaboración fue interrumpida por vía puramente mecánica. En los años treinta aparecieron de nuevo oasis de inteligencia pensante; de ahí surgieron las figuras más representativas de la fase siguiente. Pero antes de que Gógol pudiera tomar contacto con esos grupos, se hizo famoso como autor de las Veladas y entró en el círculo de Pushkin, que, por un lado, le favoreció como artista, aunque por otro fue incapaz de ampliar su horizonte social. Añadid a esto que Gógol vivió casi permanentemente fuera de Rusia desde 1838, en una existencia firmemente cerrada, a la que sólo tenían acceso algunas personas cuyas ideas carecían de cualquier elemento crítico, del que también carecía Gógol.
Extracto del mismo articulo que menciono antes. Gran parte del mismo habla de Almas muertas, y yo votaría por leerlo a continuación.