sábado, 31 de enero de 2009

Buscando, buscando....


Gógol nació el 19 de marzo de 1809. Murió el 21 de febrero de 1852. Vivió, por tanto, menos de cuarenta y tres años, mucho menos de lo que la literatura necesitaba. Pero en ese breve plazo de su desgraciada vida hizo lo inagotable. Hasta Gógol, la literatura rusa no pretendía siquiera el certificado de existencia. Desde Gógol existe. Gracias a él tiene existencia, que enlazó para siempre con la vida. Desde esta óptica fue el padre del realismo, o escuela naturalista cuyo padrino fue Belinsky.
Antes de Gógol hubo Teócritos y Aristófanes rusos, Corneilles y Racines patrios, Goethes y Shakespeares nórdicos. Pero no teníamos escritores nacionales. Ni siquiera Pushkin está libre del mimetismo, y de ahí que lo denominaran el “Byron ruso”. Pero Gógol fue sencillamente Gógol. Y después de él nuestros escritores dejaron de ser los dobles de los ingenios europeos. Tuvimos sencillamente Grigoróvich, sencillamente Turguéniev, sencillamente Gonchárov, Saltikov, Tolstoi, Dostoievski, Ostrovskv... Todos derivan genealógicamente de Gógol, fundador de la narrativa y la comedia rusas. Tras recorrer largos años de aprendizaje, de artesanía casi, nuestra “musa” presentó su producción maestra, la obra de Gógol, y entró a formar parte con pleno derecho de la familia de las literaturas europeas.
Extracto de
N. V. Gógol
Artículo publicado Por L. Trotsky el 21 de febrero de 1902 en el número 43 de la revista Vostóchnoe Obosrénie
.
Y sigue y sigue y es muy interesante, si quereis puedo ir copiando poquito a poquito para que no se haga pesado.

miércoles, 28 de enero de 2009

им обоняние, La nariz.

"La nariz" de Gogol. Ilustración: Jill Christine. Fuente: authorsden
Aún no he acabado su lectura, pero me está pareciendo soberbio este relato La Nariz, de Gogol y, la verdad, sin saber muy bien por qué, si por la imagen, la idea ó la extraña situación que sugiere el autor de esta nariz andante ó si lo que me está apasionando es su capacidad de con unos breves retazos, con unas mínimas insinuaciones provocar cascadas de representaciones/imágenes en el lector, al menos, en este caso, a mí me está pasando.
Por casualidad, como esas casualidades que pasan que nos asegura Mcorroe, resulta que Philip Roth en el año 2006 escribió una novela de título "El pecho", en la cual su reincidente personaje, David Kepesh, se despierta un día transformado en un pecho de mujer de setenta kilos de peso. Y esto lo hace Roth en alegoria a La Metamorfosis, de Kafka, y, precisamente, a La Nariz, de Gogol, "en una satírica reflexión entorno a la trivialidad y falta de sentido último de la vida en la realidad contemporánea" y ciertamente mucho de la belleza de este relato se encuentra también en su desbordante trivialidad que llega a convertirse en sumamente transcendente y por ende conemporánea.

martes, 20 de enero de 2009

El mundo editorial como business…

Tomando como base el comentario acertado de The cat sobre la literatura y sus modas, creo que hay que partir de la premisa que las editoriales son empresas y que, como tales, se mueven por una cuenta de resultados y unos éxitos editoriales con independencia del interés literario que evidentemente es uno de los pilares básicos que sobre el que se sustenta su labor.

El consumismo hace que las editoriales se muevan por modas según el interés y la motivación que el público lector pueda mostrar. Recuerdo hace años libros como La historia interminable o toda la saga del señor de los anillos, la llegada brutal de obras sobre el tema medieval, novelas de tipo histórico muchas de ellas sin el más mínimo interés o trasfondo y que, seguramente quedarán en los estantes de las librerías de muchas casas o en los puestos del mercado de Sant Antoni barcelonés o en la Cuesta de Moyano madrileña como un simple recuerdo.

En un país como España en el que la sobreabundancia de oferta editorial es brutal hay que saber muy bien separar el grano de la paja para poder quedarnos con los libros que realmente nos puedan enriquecer. No hay más que recordar todo el elenco de premios Planeta u otros que, con el devenir de los años, ya nadie recuerda.

Para finalizar, propongo un ejercicio que pienso que puede resultar más que interesante: Hagamos un viaje al futuro y pensemos en qué autores y obras perdurarán de aquí a unos años o, yendo mucho más allá, qué clásicos nos quedarán de aquí a dos o tres siglos si es que este bello planeta en el que vivimos sobrevive a la acción devastadora de la mano del hombre.

Parafraseando a uno de nuestros clásicos:

¿Qué se hizo el rey don Pérez Reverte?
La catedral del mar
¿qué se hizo?

domingo, 18 de enero de 2009




Hablabais el otro día, y yo estaba pez, de literatura chicle o rosa o no sé qué, que está en auge y no tenía ni idea de lo que era, pero como lo que está en "auge" ya se preocupan de que lo esté metiéndonoslo hasta en la sopa, para así no saber de dónde procede el “auge” del libre acontecer o de las tramas fácticas, el huevo o la gallina, pues como decía, así fue que el otro día, El País publicaba / hablaban de la literatura chick-lit, “literatura por y para chicas que arrasa desde hace una década” (¿¡¡¡que no se qué hecho yo en esta década prodigiosa que no me he enterado de !!!?) y de lo último: manfiction”, como la alternativa al chick-lit para hombres, o sea modelos básicos y hábitos para el nuevo macho literario.
Comienza el citado artículo por la pregunta ¿Leer es cosa de hembras?. Y es que parece ser que Stephen King, conocido por sus novelas de terror, preguntaba esto al hilo de las quejas de los profesionales del mundo de la edición que comentaban que la literatura para el lector masculino estaba tocada de muerte en los tiempos de la chick-lit. Y, Stephen King contraatacaba con un concepto: la MANFICTION, o sea “la literatura de consumo hecha para/a la medida del hombre moderno”, como respuesta a la crisis.
Después de haber navegado últimamente nuestro club por “folletines” del siglo XIX, folletines que surgieron quizás, también como el actual chick-lit o manfiction, ante la necesidad de las editoriales de vender, de divulgar, y además, en tiempos en los que la cultura no vivía su mejor momento, por la existencia real de problemas más acuciantes, amén de los altos índices de analfabetismo y la falta de desarrollo cultural de gran parte de la población que podrían haber echado para atrás cualquier intento de solución a los problemas de las editoras, en esos momentos, en contra cualquier estudio de mercado que hubiera negado ninguna posibilidad de solución, los folletines, las novelas por entregas, permitieron con una calidad excepcional y con bajo coste un consumo masivo que posibilitó que la literatura llegase a los sectores menos favorecidos de la sociedad; al tiempo que facilitó que los escritores se acercaran a un sector más amplio del público, colaboró en aumentar los índices de alfabetización y permitió a los editores/impresores aumentar sus ventas. O sea una solución redonda, donde todos los sectores salieron ganando, puede que en su momento fuera considerada como un género menor, pero a la vista de todos los que escribieron folletines: Arthur Conan Doyle, Charles Dickens, Honoré Balzac, Emile Zolá, Francois René Chateaubriand, Alejandro Dumas, Pérez Galdos, Flaubert, Tolstoi, Dostoievski… no sabría qué decir, pero en lo que realmente me quedo sin palabras es en que hoy, dos siglos después de esta imaginativa y productiva forma de respaldar el uso de la literatura, hoy, ese mismo problema editorial se zanja con la fórmula barata de la creación de una “literatura” de usar y tirar, una solución moderna de consumismo puro, sin un ápice de querencia hacia la cultura, hacia su arraigo o divulgación, sólo respondiendo al afán de pan para hoy, aunque signifique hambre/ignorancia para mañana y, así, con la puesta a la venta de novelas fatuas, novelas simulacro, “la ficción como prótesis de la propia feminidad o masculinidad", la lectura como experiencia de autoafirmación para sentirse más mujer o más hombre, según los modelos de mujer o de hombre que tengan mayor mercado , frivolonas y machotes tres al cuarto... así se solventa la papeleta de los problemas/necesidades de la cultura hoy, y ello, seguramente, tras muchos estudios de mercado, muchas técnicas de merchandising, de venta, marketing, publicidad, etc, , etc pero sin un ápice de alma, corazón y vida ... Alma para conquistarte, corazón para quererte y vida para vivirla junto a , … como decía el bolero y digo yo : ¿Qué estarán pensando/amando las editoriales?

jueves, 15 de enero de 2009

Prueba


He probado a colgar el video como te expliqué anoche, a ver si así sale, me he llevado una sorpresa cuando he visto lo que era, este grupo representa mucho para mi marido y para mi.

FOCUS - SYLVIA

http://www.youtube.com/watch?v=OznS7X9BOxs

miércoles, 14 de enero de 2009




El valor de la literatura


ELEGÍA PURA

Aquí no pasa nada,
salvo el tiempo:
irrepetible
música que resuena,
ya extinguida,
en un corazón hueco, abandonado,
que alguien toma un momento,
escucha
y tira.

ÁNGEL GONZÁLEZ



Si el XIX suele ser considerado el siglo de la novela por excelencia, no hay exageración ni falsedad ninguna en decir que lo es mucho más del cuento, que desde sus humildes orígenes orales llegará a convertirse, a fines del ochocientos, en un molde capaz de alumbrar creaciones literalmente inolvidables. Creo que en estos momentos puede resultar interesante traer a colación la famosa sentencia del Oráculo manual y arte de prudencia del gran Baltasar Gracián cuando dice: Lo bueno, si breve, dos veces bueno…. Pienso, sin temor a equivocarme, que dicha frase se acomoda perfectamente al tipo de lecturas que nos traemos entre manos.

Siguiendo el postulado del notable aragonés, la concisión de las ideas, la precisión en el lenguaje, el dinamismo en el relato considero que deben ser características comunes en cualquier buen relato o cuento. Debemos pensar que esto no es una novela y que el autor debe plasmar en unas pocas cuartillas toda la presentación, nudo y desenlace que los antiguos esquematizaban como el ideal de toda obra literaria.

Creo que en los dos relatos de Pushkin, todas estas características se dan, dando como resultado un lenguaje brillante y una lectura fácil de un tema aparentemente de poca trascendencia. La hija del capitán nos adentra en la novela histórica, tema de gran importancia en la literatura rusa tan propensa a fortalecer los orígenes nacionales en una época como el XIX en que los nacionalismos estaban en su pleno apogeo.

El fabricante de ataúdes, me parece un delicioso relato en el que tras la invitación realizada por el zapatero al fabricante de ataúdes y, habiendo llegado este a su casa con unas copas de más, nos adentra en uno de los temas fundamentales como es el de los sueños que posteriormente sería desarrollado de forma extensa por gran cantidad de autores.

Otro punto que propongo a discusión es el de los diferentes puntos de vista en el camino que lleva hacia el arte. Lo que a uno le parece blanco a otra persona le puede resultar insufrible, aborrecible y carente por completo de interés. Las diferencias de criterios en torno a un mismo relato o una misma obra creo que nos enriquece como lectores a la hora de sacar el máximo jugo a las lecturas.

Esto lo digo por la aparente desilusión que ha supuesto la lectura de Pushkin en relación a Dostoievski. En los personajes de Pushkin no encontramos la profundidad psicológica que nos ofrecen los personajes de Dostoievski. Aquí se trata de personajes planos, breves retazos sin entrar en mayores disquisiones sobre los pensamientos e ideas que acometen a los personajes.

Pienso que el principal sello de identidad de las obras de Pushkin es la brillantez del lenguaje usando el término y el vocablo adecuado en cada momento. El dinamismo de su prosa la hace resultar amable para el lector.

La importancia de Pushkin como narrador radica en su faceta como precursor en un país en el que la literatura en lengua rusa necesitaba un impulso para poder desarrollarse debidamente. Impulso que le otorga Pushkin abandonando la escritura en francés para otorgar a la cultura, la lengua y la literatura rusa el lugar que tan enorme país merece….

Para finalizar sólo me resta decir que como primera aproximación o primera toma de contacto al relato corto o al cuento la experiencia ha resultado más que interesante pero quedan en el tintero muchos grandes autores a los que poder sondear.

martes, 13 de enero de 2009

Existir sin mañana y cegarse en la nada...

Me hacen gracia los primeros versos de tu poesía no tener un Dios, ahora que tenemos en la calle la polémica, ahora que lo tenemos hasta en la sopa... perdón, hasta en los autobuses, parece escrito justo para la situación presente. ¿Existe Dios?

Y meditando acerca de tus reflexiones sobre las novelas, Crimen y castigo y La hija del capitán, y habiendo releído un artículo mío ya trasnochado, donde hablaba de distintos tiempos, de la actualidad frente al pasado que retratan esas novelas, de distintos ritmos, de distintos lenguajes aunque, efectivamente, de los mismos problemas y quizás ahora incluso más acuciantes por ser la nuestra una sociedad más evolucionada y por ende deberíamos pretender que fuera más justa, pero creo que la evolución ha sido, solamente, material (a quien alcanza). Emocionalmente, creo que hemos hemos evolucionado muy poco. Tú, en tu artículo hablas de la esclavitud, la evidente (África, Asia...) y las esclavitudes encubiertas (el dinero, el dinero y posiblemente el dinero), no se me ocurren más, creo que es el centro de nuestras vidas. Deberíamos contratar otro autobús que diría la verdad Dios existe, es el dinero. Otro problema que compartimoscon tiempos pretéritos es el machismo, (donde es tolerable la violencia contra las mujeres si es lo justo, lo razonable). Recordad el pasaje aquel donde el personaje de Crimen y castigo se enorgullece de saber cuándo y por qué hay que pegar a la mujer. Otro problema, la pena de muerte o la falta de auxilio social, por ejemplo, en la sociedad del bienestar, y un largo etcétera que sería largo de enumerar y estoy viendo que esto va a quedar demasiado largo.


Pero lo que realmente acerca a estos autores al hombre/mujer del siglo XXI son sus problemas existenciales, su dualidad, sus problemas de ubicación en este/aquel mundo, de estos seres que somos, insignificantes, que no sabemos si podemos aspirar a piojos o a napoleones, que somos, ora auténticos napoleones, ora ínfimos mosquitos. La diferencia, posiblemente, es que ellos -escritores/napoleones piojos/gentecorriente- no tenían nuestro ritmo frenético de vida, -¿o quizás no es tan frenético y es lo que nos gusta pensar para no darnos cuenta de que solo sobrevolamos sobre nuestras vidas?-, donde no nos damos cuenta que el nuestro es un existir sin mañana y cegarse en la nada. El mañana es muy duro, ¿qué nos espera después de todo este largo/corto camino? Y no pedimos “—socorro—” porque debemos de ser los más fuertes y triunfadores y permanecer impasibles frente a la adversidad, y los otros, los pugachoves y pietors disponían de todo tiempodel mundo frente al fuego, en invierno, frente al río en primavera -esta literatura me ha enseñado que no hace tanto frío en Rusia- y podían meditar, sin ganas, solo por tener demasiado tiempo y eso les hacía más delicados, más frágiles porque siempre encontraban sus contradicciones y las del vecino, que muchas veces se ven más claramente.

lunes, 12 de enero de 2009

Mirando atrás hacia el futuro

Grito
Por Antonia Pozzi, Versión desconocida


No tener un Dios
no tener una tumba
no tener nada firme
sino sólo cosas vivas que se escapan;
existir sin ayer
existir sin mañana
y cegarse en la nada.
—socorro—
por la miseria
que no tiene fin.

De repente llega un libro a tus manos y te sorprende y no sabes exactamente porqué, porqué este sí tiene algo especial que te subyuga y emociona. Esto mismo me ha pasado con Crimen y Castigo, un libro con aires de folletín evidentes, pero qué folletín, qué gran libro. Cuando lo estás leyendo tienes la sensación y la seguridad de que tienes algo especial entre las manos, que este no es un libro cualquiera, sino una gran obra literaria y eso aún cuando puede que por lo narrado no sea extremadamente interesante, no se trate de una historia actual que te arrebate, y, como también ocurría con La montaña Mágica, porque los temas tratados en ellas se nos evidencian algo así como trasnochados, pero se encuentran escritos tan magistralmente, rozando la perfección, si no tocándola de pleno que se disfrutan sobremanera.
Pero tengo que aclarar: antes decía muy ufana y atrevida yo, que los temas tratados en ellas “se nos evidencian trasnochados”, cuando hablaba de ellas pensaba en las novelas La Montaña Mágica, en Crimen y Castigo y ahora añado La hija del Capitán y me doy a la explicación debida: A mi parecer, el estilo sencillo, cercano en el que están escritas estas grandes obras las hacen tan conmovedoras que nos asaltan directamente a los sentimientos abotagando las razones y, entonces, en un primer acercamiento a estas novelas, nos quedamos con la sensación de que nos están hablando de temas “antiguos”, que ya no van con nosotros, manidos o sobradamente trillados, y así, sin darnos a penas cuenta, podemos pensarlos como superados y sentirnos tan soberbiamente en posesión de la verdad que no entremos de lleno al fondo de las cuestiones planteadas, que, evidentemente, siguen, para pena de la humanidad y para nuestro pesar, plenamente vigentes, porque ¿acaso no siguen existiendo grandes contradicciones sociales y espirituales en nuestra época? ¿Acaso tenemos ya en nuestra sociedad soluciones efectivas a las esclavitudes sociales por motivos económicos? ¿No es cierto que muchas familias, al igual que la de Marmeladov, se hunden por dependencias al alcoholismo u otras drogas? ¿Acaso cualquier ser humano del tercer mundo agobiado por las injusticias no se sentiría plenamente identificado con las ideas que empujan a Raskolnikov al crimen? ¿Acaso Bush-Ansar no se sienten Napoleón-es? ¿Tenemos ya definitivamente claro que el humanismo nada vale contra el capitalismo ó acaso aún necesitamos de Punjachovs que no liberen de ser vasallos, de despotismos injustos, al tiempo que de jóvenes Petrushas que nos devuelvan la fresca reivindicación de los idealismos, el sentido del honor y la lealtad, así como del valor del agradecimiento? Y así muchos etcéteras, porque podríamos al calor de estos libros hablar también de la opresión de la prostitución, de los sistemas judiciales, desde las torturas (que aún hoy existen) a las penas de prisión, de las culpas y arrepentimientos, de las madres en las sombras, Puljerias Raskolnikovas que desconocen a sus hijos, ó de sorprendentes hij@s del capitán en su explosiva juventud, se podría hablar de esclavitud/es, de acoso laboral, de miserias y virtudes de la sociedad, de suicidios morales, de piojos que se sientes napoleones sobre la humanidad… y así temas y temas que podrían incluso enlazarse con el libro de Philip Roth, Pastoral Americana, respecto a qué lleva una chica nacida y arraigada como hija del sueño americano a ser ora una terrorista, ora una fanática religiosa.
Todo esto al fin es la belleza de la gran literatura que te arponea esperando respuestas o al menos la inquietud de su búsqueda.

viernes, 9 de enero de 2009

SIGUIENDO CON PUSHKIN....


EL FABRICANTE DE ATAÚDES



Los últimos enseres del fabricante de ataúdes Adrián Prójorov se cargaron sobre el coche fúnebre, y la pareja de rocines se arrastró por cuarta vez de la Basmánnaya a la Nikítinskaya, calle a la que el fabricante se trasladaba con todos los suyos. Tras cerrar la tienda, clavó a la puerta un letrero en el que se anunciaba que la casa se vendía o arrendaba, y se dirigió a pie al nuevo domicilio. Cerca ya de la casita amarilla, que desde hacía tanto había tentado su imaginación y que por fin había comprado por una respetable suma, el viejo artesano sintió con sorpresa que no había alegría en su corazón.


Al atravesar el desconocido umbral y ver el alboroto que reinaba en su nueva morada, suspiró recordando su vieja casucha donde a lo largo de dieciocho años todo se había regido por el más estricto orden; comenzó a regañar a sus dos hijas y a la sirvienta por su parsimonia, y él mismo se puso a ayudarlas.


Pronto todo estuvo en su lugar: el rincón de las imágenes con los iconos, el armario con la vajilla; la mesa, el sofá y la cama ocuparon los rincones que él les había destinado en la habitación trasera; en la cocina y el salón se pusieron los artículos del dueño de la casa: ataúdes de todos los colores y tamaños, así como armarios con sombreros, mantones y antorchas funerarias. Sobre el portón se elevó un anuncio que representaba a un corpulento Eros con una antorcha invertida en una mano, con la inscripción: «Aquí se venden y se tapizan ataúdes sencillos y pintados, se alquilan y se reparan los viejos.» Las muchachas se retiraron a su salita. Adrián recorrió su vivienda, se sentó junto a una ventana y mandó que prepararan el samovar.


El lector versado sabe bien que tanto Shakespeare como Walter Scott han mostrado a sus sepultureros como personas alegres y dadas a la broma, para así, con el contraste, sorprender nuestra imaginación. Pero en nuestro caso, por respeto a la verdad, no podemos seguir su ejemplo y nos vemos obligados a reconocer que el carácter de nuestro fabricante de ataúdes casaba por entero con su lúgubre oficio. Adrián Prójorov por lo general tenía un aire sombrío y pensativo. Sólo rompía su silencio para regañar a sus hijas cuando las encontraba de brazos cruzados mirando a los transeúntes por la ventana, o bien para pedir una suma exagerada por sus obras a los que tenían la desgracia (o la suerte, a veces) de necesitarlas.


De modo que Adrián, sentado junto a la ventana y tomándose la séptima taza de té, se hallaba sumido como de costumbre en sus tristes reflexiones. Pensaba en el aguacero que una semana atrás había sorprendido justo a las puertas de la ciudad al entierro de un brigadier retirado. Por culpa de la lluvia muchos mantos se habían encogido, y torcido muchos sombreros. Los gastos se preveían inevitables, pues las viejas reservas de prendas funerarias se le estaban quedando en un estado lamentable. Confiaba en resarcirse de las pérdidas con la vieja comerciante Triújina, que estaba al borde de la muerte desde hacía cerca de un año. Pero Triújina se estaba muriendo en Razguliái, y Prójorov temía que sus herederos, a pesar de su promesa, se ahorraran el esfuerzo de mandar a buscarlo tan lejos y se las arreglaran con la funeraria más cercana.


Estas reflexiones se vieron casualmente interrumpidas por tres golpes francmasones en la puerta.


-¿Quién hay? -preguntó Adrián.


La puerta se abrió y un hombre en quien a primera vista se podía reconocer a un alemán artesano entró en la habitación y con aspecto alegre se acercó al fabricante de ataúdes.


-Excúseme, amable vecino -dijo aquel con un acento que hasta hoy no podemos oír sin echarnos a reír-, perdone que le moleste... Quería saludarlo cuanto antes. Soy zapatero, me llamo Gotlib Schultz, y vivo al otro lado de la calle, en la casa que está frente a sus ventanas. Mañana celebro mis bodas de plata y le ruego que usted y sus hijas vengan a comer a mi casa como buenos amigos.


La invitación fue aceptada con benevolencia. El dueño de la casa rogó al zapatero que se sentara y tomara con él una taza de té, y gracias al natural abierto de Gotlib Schultz, al poco se pusieron a charlar amistosamente.


-¿Cómo le va el negocio a su merced? -preguntó Adrián.


-He-he-he -contestó Schultz-, ni mal ni bien. No puedo quejarme. Aunque, claro está, mi mercancía no es como la suya: un vivo puede pasarse sin botas, pero un muerto no puede vivir sin su ataúd.


-Tan cierto como hay Dios -observó Adrián-. Y, sin embargo, si un vivo no tiene con qué comprarse unas botas, mal que le pese, seguirá andando descalzo; en cambio, un difunto pordiosero, aunque sea de balde, se llevará su ataúd.


Así prosiguió cierto rato la charla entre ambos; al fin el zapatero se levantó y antes de despedirse del fabricante de ataúdes, le renovó su invitación.


Al día siguiente, justo a las doce, el fabricante de ataúdes y sus hijas salieron de su casa recién comprada y se dirigieron a la de su vecino. No voy a describir ni el caftán ruso de Adrián Prójorov, ni los atavíos europeos de Akulina y Daria, apartándome en este caso de la costumbre adoptada por los novelistas actuales. No me parece, sin embargo, superfluo señalar que ambas muchachas llevaban sombreritos amarillos y zapatos rojos, algo que sucedía sólo en ocasiones solemnes.


La estrecha vivienda del zapatero estaba repleta de invitados, en su mayoría alemanes artesanos con sus esposas y sus oficiales. Entre los funcionarios rusos se encontraba un guardia de garita, el finés Yurko, que, a pesar de su humilde grado, había sabido ganarse la especial benevolencia del dueño.


Había servido en este cargo de cuerpo y alma durante veinticinco años, como el cartero de Pogorelski. El incendio del año doce que destruyó la primera capital de Rusia, devoró también la garita amarilla del guardia. Pero tan pronto como fue expulsado el enemigo, en el lugar de la garita apareció una nueva, de color grisáceo, con blancas columnillas de estilo dórico, y Yurko volvió a ir y venir junto a ella con «su seguro y su coraza de arpillera». Lo conocían casi todos los alemanes que vivían cerca de la Puerta Nikitínskie, y algunos de ellos incluso habían pasado en la garita de Yurko alguna noche del domingo al lunes.


Adrián en seguida trabó relación con él, pues era persona a la que tarde o temprano podría necesitar, y en cuanto los convidados se dirigieron a la mesa, se sentaron juntos.


El señor y la señora Schultz y su hija Lotchen, una muchacha de diecisiete años, reunidos con los comensales, atendían juntos a los invitados y ayudaban a servir a la cocinera. La cerveza corría sin parar. Yurko comía por cuatro: Adrián no se quedaba atrás; sus hijas hacían remilgos; la conversación en alemán se hacía por momentos más ruidosa. De pronto, el dueño reclamó la atención de los presentes y, tras descorchar una botella lacrada, pronunció en voz alta en ruso:


-¡A la salud de mi buena Luise!


Brotó la espuma del vino achampañado. El anfitrión besó tiernamente la cara fresca de su cuarentona compañera, y los convidados bebieron ruidosamente a la salud de la buena Luise.


-¡A la salud de mis amables invitados! -proclamó el anfitrión descorchando la segunda botella.


Y los convidados se lo agradecieron vaciando de nuevo sus copas. Y uno tras otro siguieron los brindis: bebieron a la salud de cada uno de los invitados por separado, bebieron a la salud de Moscú y de una docena entera de ciudades alemanas, bebieron a la salud de todos los talleres en general y de cada uno en particular, bebieron a la salud de los maestros y de los oficiales. Adrián bebía con tesón, y se animó hasta tal punto que llegó a proponer un brindis ocurrente. De pronto uno de los invitados, un gordo panadero, levantó la copa y exclamó:


-¡A la salud de aquellos para quienes trabajamos, unserer Kundleute!


La propuesta, como todas, fue recibida con alegría y de manera unánime. Los convidados comenzaron a hacerse reverencias los unos a los otros: el sastre al zapatero, el zapatero al sastre, el panadero a ambos, todos al panadero, etcétera. Yurko, en medio de tales reverencias recíprocas, gritó dirigiéndose a su vecino:


-¿Y tú? ¡Hombre, brinda a la salud de tus muertos!


Todos se echaron a reír, pero el fabricante de ataúdes se sintió ofendido y frunció el ceño. Nadie lo había notado, los convidados siguieron bebiendo, y ya tocaban a vísperas cuando empezaron a levantarse de la mesa.


Los convidados se marcharon tarde y la mayoría achispados. El gordo panadero y el encuadernador, cuya cara parecía envuelta en encarnado codobán, llevaron del brazo a Yurko a su garita, observando en esta ocasión el proverbio ruso: «Hoy por ti, mañana por mí.» El fabricante de ataúdes llegó a casa borracho y de mal humor.


-Porque, vamos a ver -reflexionaba en voz alta-; ¿en qué es menos honesto mi oficio que el de los demás? ¡Ni que fuera yo hermano del verdugo! Y ¿de qué se ríen estos herejes? ¿O tengo yo algo de payaso de feria? Tenía ganas de invitarlos para remojar mi nueva casa, de darles un banquete por todo lo alto, ¿pero ahora?, ¡ni pensarlo! En cambio voy a llamar a aquellos para los que trabajo: a mis buenos muertos.


-¿Qué dices, hombre? -preguntó la sirvienta que en aquel momento lo estaba descalzando-. ¡Qué tonterías dices? ¡Santíguate! ¡Convidar a los muertos! ¿A quién se le ocurre?


-¡Como hay Dios que lo hago! -prosiguió Adrián-. Y mañana mismo. Mis buenos muertos, les ruego que mañana por la noche vengan a mi casa a celebrarlo, que he de agasajarles con lo mejor que tenga...


Tras estas palabras el fabricante de ataúdes se dirigió a la cama y no tardó en ponerse a roncar.


En la calle aún estaba oscuro cuando vinieron a despertarlo. La mercadera Triújina había fallecido aquella misma noche y un mensajero de su administrador había llegado a caballo para darle la noticia. El fabricante de ataúdes le dio por ello una moneda de diez kopeks para vodka, se vistió de prisa, tomó un coche y se dirigió a Razguliái.


Junto a la puerta de la casa de la difunta ya estaba la policía y, como los cuervos cuando huelen la carne muerta, deambulaban otros mercaderes. La difunta yacía sobre la mesa, amarilla como la cera, pero aún no deformada por la descomposición. A su alrededor se agolpaban parientes, vecinos y criados. Todas las ventanas estaban abiertas, las velas ardían, los sacerdotes rezaban.


Adrián se acercó al sobrino de Triújina, un joven mercader con una levita a la moda, y le informó que el féretro, las velas, el sudario y demás accesorios fúnebres llegarían al instante y en perfecto estado. El heredero le dio distraído las gracias, le dijo que no iba a regatearle el precio y que se encomendaba en todo a su honesto proceder. El fabricante, como de costumbre, juró que no le cobraría más que lo justo y, tras intercambiar una mirada significativa con el administrador, fue a disponerlo todo.


Se pasó el día entero yendo de Razguliái a la Puerta Nikítinskie y de vuelta: hacia la tarde lo tuvo listo todo y, dejando libre a su cochero, se marchó andando para su casa.


Era una noche de luna. El fabricante de ataúdes llegó felizmente hasta la Puerta Nikítinskie. Junto a la iglesia de la Ascensión le dio el alto nuestro conocido Yurko que, al reconocerlo, le deseó las buenas noches. Era tarde. El fabricante de ataúdes ya se acercaba a su casa, cuando de pronto le pareció que alguien llegaba a su puerta, la abría y desaparecía tras ella.


«¿Qué significará esto? -pensó Adrián-. ¿Quién más me necesitará? ¿No será un ladrón que se ha metido en casa? ¿O es algún amante que viene a ver a las bobas de mis hijas? ¡Lo que faltaba!»


Y el constructor de ataúdes se disponía ya a llamar en su ayuda a su amigo Yurko, cuando alguien que se acercaba a la valla y se disponía a entrar en la casa, al ver al dueño que corría hacia él, se detuvo y se quitó de la cabeza un sombrero de tres picos. A Adrián le pareció reconocer aquella cara, pero con las prisas no tuvo tiempo de observarlo como es debido.


-¿Viene usted a mi casa? -dijo jadeante Adrián-, pase, tenga la bondad.


-¡Nada de cumplidos, hombre! -contestó el otro con voz sorda-. ¡Pasa delante y enseña a los invitados el camino!


Adrián tampoco tuvo tiempo para andarse con cumplidos. La portezuela de la verja estaba abierta, se dirigió hacia la escalera, y el otro le siguió. Le pareció que por las habitaciones andaba gente.


«¡¿Qué diablos pasa?!», pensó.


Se dio prisa en entrar... y entonces se le doblaron las rodillas. La sala estaba llena de difuntos. La luna a través de la ventana iluminaba sus rostros amarillentos y azulados, las bocas hundidas, los ojos turbios y entreabiertos y las afiladas narices... Horrorizado, Adrián reconoció en ellos a las personas enterradas gracias a sus servicios, y en el huésped que había llegado con él, al brigadier enterrado durante aquel aguacero.


Todos, damas y caballeros, rodearon al fabricante de ataúdes entre reverencias y saludos; salvo uno de ellos, un pordiosero al que había dado sepultura de balde hacía poco. El difunto, cohibido y avergonzado de sus harapos, no se acercaba y se mantenía humildemente en un rincón. Todos los demás iban vestidos decorosamente: las difuntas con sus cofias y lazos, los funcionarios fallecidos, con levita, aunque con la barba sin afeitar, y los mercaderes con caftanes de día de fiesta.


-Ya lo ves, Prójorov -dijo el brigadier en nombre de toda la respetable compañía-, todos nos hemos levantado en respuesta a tu invitación; sólo se han quedado en casa los que no podían hacerlo, los que se han desmoronado ya del todo y aquellos a los que no les queda ni la piel, sólo los huesos; pero incluso entre ellos uno no lo ha podido resistir, tantas ganas tenía de venir a verte.


En este momento un pequeño esqueleto se abrió paso entre la muchedumbre y se acercó a Adrián. Su cráneo sonreía dulcemente al fabricante de ataúdes. Jirones de paño verde claro y rojo y de lienzo apolillado colgaban sobre él aquí y allá como sobre una vara, y los huesos de los pies repicaban en unas grandes botas como las manos en los morteros.


-No me has reconocido, Prójorov -dijo el esqueleto-. ¿Recuerdas al sargento retirado de la Guardia Piotr Petróvich Kurilkin, el mismo al que en el año 1799 vendiste tu primer ataúd, y además de pino en lugar del de roble?


Dichas estas palabras, el muerto le abrió sus brazos de hueso, pero Adrián, reuniendo todas sus fuerzas, lanzó un grito y le dio un empujón. Piotr Petróvich se tambaleó, cayó y todo él se derrumbó. Entre los difuntos se levantó un rumor de indignación: todos salieron en defensa del honor de su compañero y se lanzaron sobre Adrián entre insultos y amenazas. El pobre dueño, ensordecido por los gritos y casi aplastado, perdió la presencia de ánimo y, cayendo sobre los huesos del sargento retirado, se desmayó.


El sol hacía horas que iluminaba la cama en la que estaba acostado el fabricante de ataúdes. Éste por fin abrió los ojos y vio frente a él a la criada que atizaba el fuego del samovar. Adrián recordó lleno de horror los sucesos del día anterior. Triújina, el brigadier y el sargento Kurilkin aparecieron confusos en su mente. Adrián esperaba en silencio que la criada le dirigiera la palabra y le refiriese las consecuencias del episodio nocturno.


-Se te han pegado las sábanas, Adrián Prójorovich -dijo Aksinia acercándole la bata-. Te ha venido a ver tu vecino el sastre, y el de la garita ha pasado para avisarte que es el santo del comisario. Pero tú has tenido a bien seguir durmiendo y no hemos querido despertarte.


-¿Y de la difunta Triújina no ha venido nadie?


-¿Difunta? ¿Es que se ha muerto?


-¡Serás estúpida! ¿O no fuiste tú quien ayer me ayudó a preparar su entierro?


-¿Qué dices, hombre? ¿Te has vuelto loco, o es que aún no se te ha pasado la resaca? ¿Ayer qué entierro hubo? Si te pasaste todo el día de jarana en casa del alemán, volviste borracho, caíste redondo en la cama y has dormido hasta la hora que es, que ya han tocado a misa.


-¡No me digas! -exclamó con alegría el fabricante de ataúdes.


-Como lo oyes -contestó la sirvienta.


-Pues si es así, trae en seguida el té y ve a llamar a mis hijas.

lunes, 5 de enero de 2009

Puskin.... toda una incógnita para mí.

La hija del capitán:

Aunque a medida que avanza el libro me está gustando más, no he tenido la sensación de estar leyendo una obra maestra (desde mi ignoracia literaria, por supuesto), así que me intriga mucho saber por qué se le considera tan importante.

Os extraigo algunas reseñas que se pueden leer en el prólogo de la edición que estamos leyendo, y que al menos a mí, como poco, me han alentado a "investigar" algo más sobre Pushkin:
  • "En la literatura y en la cultura rusas hubo sólo un momento, un estallido en que brilló la posibilidad de un Renacimiento: la aparición de la obra de Pushkin....."
  • "Puskin, además de moldear el crisol en el que se ha forjado la lengua literaria rusa moderna, es hasta hoy el artista insuperado en la poesía y el adelantado de la primera prosa moderna rusa...."
  • "...sobre sus primeros pasos en el relato y la novela se construye la obra de Gógol, de cuyo Capote, en palabras de Dostoyevski, salieron todos los novelistas rusos del siglo pasado."
  • "Tal vez, no sea inútil recordar que las clases cultas rusas hablaban y escribían en francés [....]. Por ejemplo, sólo después de casado escribirá a su mujer en ruso [...]. Así pues, será Pushkin quien empiece a narrar en una lengua moderna de las desventuras y dichas de unos personajes rusos, propios, que se convertirán en eternos gracias a su pluma."


Podría seguir resaltando párrafos enteros en los que se habla de su grandiosidad, pero no quiero aburriros. Es en este tipo de obras en las que más noto que nos quedamos muy cortos a la hora de saber como valorar una obra y su autor....


Sin embargo, por contra, he de decir que en lo que sí que avanzamos mucho, es en la manera en que conseguimos enlazar unos autores con otros, como logramos saltar de una obra a otra a través de la búsqueda quizá por una reseña encontrada en un libro, quizá por una frase cualquiera... el caso es que acabamos descubriendo autores o libros que nunca hubieramos leído de no participar en "este nuestro club". Y como muestra un botón:


"Hoffmann, Sterne, Walter Scott, Cervantes, Shakespeare y muchos otros maestros sobrevuelan la obra de Pushkin.[...] Pushkin se prolonga en El inspector y Las almas muertas de Gógol, da vida a la lengua melódica y plástica de Turguéniev, crea los cimientos para los saltos en el vacío, para las inmersiones anímicas de Dostoievski. El viejo Tolstoi se reconciliará en Jadzhi-Murat con la transparente brevedad del maestro; el trazo preciso y magistral de Chéjov nace las finas líneas descriptivas del autor de El maestro de postas."


Me comprometo a buscar información y resumirosla el próximo miércoles sobre Hoffmann, Sterne y Walter Scott. (Si no recuerdo mal Hoffmann era un músico??).


Por último y por no agobiaros más os dejo otra anotación y ésta seguro que le gusta a The Cat:
"Aleksandr Chudakov, uno de los mejores conocedores de Antón Chéjov, [...], en el lugar donde recogía la bibliografía recomendada sobre Pushkin, tenía apuntado el consejo de Bondi: Releer a Puskin."


Hasta el miércoles.....